Entrevista: ADOLFO HORTA

Adolfo Horta o el boxeo total
Testimonio de una leyenda viva del boxeo cubano, 11 veces monarca nacional y tres del planeta
Rudens Tembrás Arcia / PDF / 27-05-2012 / 14:03
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La historia de cómo comenzó puede parecerse a otras, pero su depurada técnica, su fogosidad y sus triunfos encuentran escasa competencia en este país de boxeadores. Adolfo Horta no requiere de mucha presentación, fue uno de los grandes deportistas cubanos del siglo XX, aunque la gloria olímpica se le escapó increíblemente.

Quería ser pelotero, llegó al pugilismo por embullo de sus amiguitos y perdió la primera vez que se puso unos guantes. El activista Jorge Navarro guió sus pasos en el gimnasio del reparto Florat hasta promoverlo a la academia provincial de Camagüey, bajo la égida de Fermín Espinoza, Agustín Carmona, Isidro Trutman y otros. Peleó en varias ediciones del torneo nacional para escolares Héroes del Moncada, y se coronó en los 51 kg hacia 1973.

A los 14 años comenzó a fajarse con los mayores porque superaba por mucho a los chicos de su edad. Le inspiraban la rapidez y técnica del camagüeyano Manuel Torres, y la estelaridad de Emilio Correa y Rolando Garbey. En el torneo Playa Girón de 1974, con apenas “15 abriles”, acabó tercero en los 51 kg y pasó al equipo nacional. Muy pronto obtuvo premios en justas de Hungría y Alemania, y rindió una gran faena en el Córdova Cardín del mismo año, pese a caer ante el ruso Victor Liminov e irse sin presea.

¿Cómo recuerda su llegada al equipo Cuba?
En la división mosca estaban Douglas Rodríguez, Ramón Duvalón y Renzo González. En el entrenamiento pude superar a Renzo, pero como era menor de edad la bronca por el Mundial de 1974 estuvo entre los dos primeros. Al poco tiempo subí a los 54 kg, donde el uno era Orlandito Martínez y le seguían Ramiro Ramos y Jorge Luis Romero. Ya en 1976 estaba disputando la titularidad del peso, gané el Girón, pero perdí el Cardín cerradamente ante Orlandito. Alcides Sagarra había dicho que aquello definía el equipo a Montreal 1976, así que me despreocupé y subí de peso. Luego supe por Waldo Santiago que pensaban llevarme, pero como no me alertaron…

Triunfó 11 veces en los torneos Playa Girón. ¿Le apasionaba?
Así mismo, eran eventos más fuertes que un Mundial. Se le ponía gran interés. Junto a los hombres del equipo nacional estaban los de la ESPA y los de provincia. Gané ininterrumpidamente desde 1976 hasta 1986, en tres divisiones diferentes (54, 57 y 60 kg).

Hay un hecho interesante en 1980: la final frente a Herrera…
En 1979 me subieron a los 60 kg y fui campeón del Cardín y los Juegos Panamericanos de Puerto Rico. Sin embargo, Sagarra decidió bajarme a los 57 kg porque estaba regalando demasiadas libras. No me gustó la decisión porque allí estaba Ángel Herrera, quien es como un hermano para mí. Tuvimos que enfrentarnos en la final de 1980, la gente esperaba un peleón, pero no podíamos darla. Le gané y dije que no peleaba más contra él. Entonces lo subieron a 60 y ambos fuimos a los Juegos Olímpicos de Moscú.

¿Qué significaba ganar el Girón?
Le responderé con un ejemplo: Herrera debutó en 1976 con medalla de plata. Lo subieron al equipo nacional, cumplió la gira europea, lo llevaron a los Juegos Olímpicos de Montreal y fue campeón.

¿Quiénes fueron sus principales rivales en casa?
Hubo varios: José Aguilar, Raúl Despaigne, Jesús Sollet, Hermes Camejo, Ramsés Goire, Idel Torriente. Todos pertenecieron a la selección nacional. Pero el más difícil fue Sollet porque era muy alto y técnico. Lo dominaba gracias a mi velocidad de piernas y brazos.

Se impuso en tres campeonatos mundiales en divisiones distintas. Cada uno ha de tener su historia. ¿Qué recuerda?
Belgrado 1978 fue mi debut, en los 54 kg, pero tenía la experiencia de la preparación para La Habana 1974 y Montreal 1976. Al llegar me topé con un norteamericano al que le había ganado en el tope bilateral de 1977, y me dijo que yo sería el campeón. Así fue.

A Múnich 1982 fui en los 57 kg, en un momento que no perdía con nadie. La final me tocó con el mongol Rawsalyn Otgonbayar, quien había tumbado a varios rivales. Alcides me lo dijo y le respondí: “eso fue con otros, a mí no me va a noquear. Hasta él está confiado de que voy a ganar yo”.

Reno 1986 fue la despedida. Confieso que cuando alcancé la maestría deportiva y sabía los secretos del boxeo entrenaba poco y solo iba al equipo los días de sparring. Estaba cansado de los de pie a las cinco de la mañana, de bajar de peso, etcétera. Fui confiado a ese Mundial y luego de ganar la última pelea le dije a Villanueva y a Sagara que “hasta aquí llegó mi amor activo al deporte”. Trataron de persuadirme, pero ya me faltaba voluntad.

¿Era el momento de decir adiós?
Sí. En el pasado yo había sobrellevado a figuras que no podían conmigo sobre el ring. No quería que me sucediera a mí. Nunca me chiflaron ni aquí ni en el exterior. Siempre me aplaudieron, mis peleas era esperadas. Por eso era el momento de la despedida.

Moscú 1980 fue una gran decepción. ¿Qué sucedió?
Mi título olímpico parecía seguro, pero mi cabeza y la bajadera de peso le regalaron la última pelea al alemán Rudy Fink, el peor rival con que pelee en mi vida. Después del último pesaje, en vez de alimentarme bien, me puse a tomar líquido a escondidas. Tuve un primer asalto para ser campeón, pero después perdí reacción, velocidad, fuerza. A Sagarra lo botaron de la esquina. Mi entrenador Honorato Espinoza y yo faltamos a la recepción de despedida, nos quedamos llorando en la habitación. Me costó tiempo recuperarme.

No pudo desquitarse cuatro años después…
Iba a ganar en Los Ángeles 1984, sin duda, pero faltamos a esos Juegos. El estadounidense Meldrick Taylor salió campeón, pero yo lo había derrotado antes con facilidad. Ese mismo año triunfé en los Juegos de la Amistad y fui elegido como el mejor boxeador.

¿Cómo fue la relación con Honorato?
Tuve excelentes relaciones con todos los entrenadores del equipo nacional, pero Honorato fue como mi padre. En Belgrado 1978 yo solo iba al comedor los días que peleaba, para desayunar algo y almorzar la carne. Él hacía lo mismo, siempre estaba al lado mío, esperaba a que me durmiera para irse a descansar. Cuando se acabó el Mundial estaba más flaco que yo. Hay una foto por ahí…

¿Su rival extranjero más difícil?
En 1976 competí en el Cinturón de oro de Rumanía y me enfrenté al coreano Ku Jong Dzo, quien unos meses después fue campeón en Montreal. Lo recuerdo muy fuerte, aunque esa vez lo tiré dos veces, y el árbitro lo ayudó a pararse. Creo que me quitaron la pelea.

Le apodaron el “hombre del boxeo total”…
El comentarista Rolando Crespo me llamó así. Un día le pregunté la razón, pues yo me veía normal, como los demás, y me respondió: “yo he visto mucho boxeo amateur y profesional, pero jamás vi a un hombre que peleara perfecto en las tres distancias. Solo tú”.

Se asocia “tener pegada” a las divisiones grandes. Su ejemplo rompe esa regla. ¿Cómo lograba “tumbar” a sus rivales?
No se trata solo de tirar golpes fuertes, sino bien conectados y hacia los lugares débiles del contrario, no del ser humano. Eso significa que debe estudiarse a cada oponente para descubrir sus fallas.

Ciertos golpes parecen extinguirse desde hace varios años…
El uso de las máquinas electrónicas tiene que ver con eso. Los jueces no marcan los piñazos al torso, solo los rectos a la cabeza. En mi época tirábamos de todo, ahora los ganchos rara vez reciben puntos, por eso se utilizan menos aunque sean fundamentales.

Usted boxeó sin cabecera. Todo indica que la AIBA rescatará pronto esa regla. ¿Le alarma la noticia?
Yo peleé con y sin cabecera. En los escolares era obligatoria y en las mayores hacíamos sparring con ella. No veo preocupante ese retorno. La protección que brinda está probada, pero cuando un golpe se tira bien hay nocaut, no tenga duda. Las reglas amateurs tienden a desaparecer y los boxeadores cubanos mantendrán los resultados con cualquier reglamentación. ¿Cuántos de nosotros le ganamos a hombres que luego triunfaron en el profesionalismo?

¿Qué opina de la actual selección olímpica cubana?
Parece bien preparada, con varios muchachos capaces de traer su medalla. Toledo, Iglesias, Álvarez, Robeisi… El capitán del equipo, Julio César La Cruz, no falta a un entrenamiento, escucha, cumple las orientaciones, es serio, es campeón mundial. Confío en ellos para los Juegos Olímpicos de Londres.

¿Siente que la base de este deporte está garantizada?
Hace falta más fuerza. Ya no es como antes. En Camagüey, por ejemplo, había gimnasios en todos los barrios y se boxeaba en la calle. La masividad de hoy no logra ese ambiente.

¿Cómo valora el trabajo con las glorias deportivas del boxeo?
Muchas se desaprovechan siendo medallistas mundiales, olímpicos, panamericanos. Quienes dirigen los obvian y eso tiene que ver con la decadencia del deporte. Sería bueno que esas figuras fueran entrenadores principales en cada territorio.

sin dudas era uno de mis preferidos,y eso k yo era solo un chamakito las pocas veces k lo vi pelear pero si recuerdo k sus peleas eran unas de las mas esperadas xk de verdad su boxeo era completo en todo sentido,no he visto todavia uno mas rapido k horta cuando tiraba esa ondonada de ganchos al estomago,wow en verdad era super rapido...