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La última gran entrevista a Kid Chocolate

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Mensaje por Cubanodeacero Jue 28 Ene 2010, 4:56 pm

30/05/2008


Por Víctor Joaquín Ortega y Elio Menéndez

Era una tarde dominical tranquila, demasiado tranquila de 1979. Poco aire y calor aceptable para Cuba. El encuentro con el campeón se escenificaría en la terraza de su espacioso hogar, frente al parque José Raúl Capablanca, en Almendares, barrio del municipio Playa, en Ciudad de La Habana. La gente lo llama Parque Japonés.

Deja el libro que estaba leyendo sobre una mesita (María, de Jorge Isaac, edición Casa de las Américas), baja el volumen del radio: programa de tangos y ¡alza la guardia! Comienza el cuerpo a cuerpo con el Kid.

Es la misma ropa y no es la misma ropa; es el mismo cuerpo y no es el mismo cuerpo; es el mismo hombre y no es el mismo hombre.

Con su ropa, tenía el brillo especial de lo bueno y lo nuevo, conquistó el título del hombre mejor vestido del mundo en 1929, para asombro del actor Adolfo Menjou. Los hombres y las mujeres lo admiraban con ella y sin ella, cuando era un artista entre las cuerdas; para las damas, otro era el cuadrilátero y otras las artes. También posó desnudo para fotógrafos y su cuerpo ebánico multiplicado miles de veces fue vendido a peseta por las calles de la Isla.

Ahora, arrastra las piernas mientras camina hasta su cuarto; las manos acarician un sombrero de mujer, furor de los años veintipico, actualmente pieza de museo y de risa para los demasiado jóvenes.

-¡Ah!, este perfume del sombrero... todavía lo siento. Eso, el sombrero, me traen recuerdos (En la cara, la malicia) ¡Qué norteamericanita! 18 años y un cuerpo duro, de nieve, pero caliente. Nieve y fiebre, ¡qué clase de combinación..! Esas aventuras me buscaban cada lío con Pincho... Y él: cuídate, Chocolate, que tienes que llegar a campeón del mundo. Yo le decía que sí con la cabeza, con los ojos, con la garganta, pero yo quería ser campeón en la cama también. Fíjate que cuando debuté en Nueva York, me tuvieron que ir a sacar de entre las piernas de una bailarina, una tremenda mulata que me gustaba un mundo. Si yo hubiera llevado al pie de la letra el sagrado código del boxeo, habría durado más, aunque… poco tendría que contarles excepto de puñetazos y esquivas. A lo mejor los aburría.

Observa el sombrero, lo huele como si quisiera atrapar el perfume que ya no está. Los demás solo percibimos olor a tela vieja, tan vieja como el agujero a un costado y lo gris que inició un baile vencedor sobre lo negro hace bastante tiempo.

-Cierro los ojos y la tengo enfrente, le acaricio los senos, le bebo ese olor a hembra ligado con el perfume... Me quito cien años de arriba. Se sienta en su poltrona.

- Usted sigue siendo un gran enamorado.

- Moriré siéndolo. Allá quien no lo sea. Lo que se pierde. El amor es lo más precioso del mundo, sobre todo si es correspondido. Y hasta no siendo correspondido. Estoy por el bolero aquel (intenta cantar con su voz ronca):

- ...qué saben de la vida, los que no han sufrido, los que no han tenido una pena de amor...

- ¿Le gusta la música?

- Todo lo que sea música me alegra, menos la fúnebre. Pallá, pallá...

- ¿Cantaba?

- En la ducha, en el rincón de cualquier bar. Lo mío era el ring. Todos no pueden cantar, pese a que algunos tienen la cara tan dura como sus cuerdas vocales y hasta salen por televisión.

Juntos, los dos ases, en una barra, saboreando ron y cerveza, matándose el estómago con Peralta, haciendo un dúo, siendo felices, pequeñamente felices sin darse cuenta de tantas mordidas contra ellos, contra todos.

- Soy tanguero número uno todavía: lo mismo escucho a Libertad Lamarque que a Hugo del Carril. ¡Mi preferido, claro, es Gardel! Ninguno le llega a los calcañales! Oigan...

Sube el volumen de la radio y la voz del Morocho del Abasto reafirma las palabras del Chócolo mientras hay nudos en las gargantas al ritmo de la canción.

- No debió morir así, la vida fue injusta: un tipo tan chévere. Iba a venir a Cuba. Me lo dijo allá en Francia, No se ha muerto: nos canta. Escúchenlo.

1933. Los puños del cubano han dado cuenta de Nick Bensa (dos veces) y de Franz Machtens en su gira por Europa. En París, reencuentro: el dandy Ramón Castillo, natural de Santiago de Cuba, púgil negro que peleó por todo el Viejo Continente y hasta en Asia, hijo adoptivo del alcalde de Budapest e integrante de una escuadra de boxeadores húngaros. El Barón cubano -así lo nombran- invita al Kid al cabaret Montmartre, con una condición...

- No debes leer los cintillos en la marquesina, ni ver las fotos de la entrada. Te tengo una sorpresa, ¿de acuerdo?

Chocolate acepta. Ya están cerca de la pista. Hacia la mesa reservada. Dos rubias los esperan sentaditas: harán más agradable la estancia de los deportistas.

1979. Luego de la sonrisa que permite ver un arco iris donde el tiempo ha birlado colores. - Yo estaba mareado entre tanto champán, el ambiente, la candela de la francesita, y me había olvidado de la sorpresa.

Otra copa, otro beso largo. La pista se ilumina. El reflector sigue a una figura.

- ¡Lo conozco, lo conozco! Es...

La sonrisa ancha, brilla la dentadura de Carlos Gardel. Antes de cantar, el Zorzal Criollo se acerca a la mesa de los antillanos y dice:

- Hoy tenemos con nosotros, para orgullo de todos y en especial para mí, a un gran boxeador, a un cubanito que a fuerza de coraje y de tesón se ha abierto paso en el duro mundo que es el boxeo profesional, lejos de la tierra que lo vio nacer. Ese cubanito, ustedes han oído hablar mucho de él, se llama Kid Chocolate...

Las luces. El Kid. De pie, las manos enlazadas sobre la cabeza, saluda. Lo aplauden. Gardel y Chocolate son un abrazo.

Luego de su labor, el cantante se sienta a la mesa del astro del cuadrilátero y departen como si se conocieran desde edades tempranas.

- Era un tipo bacán, me parece que lo estoy viendo. Decenas de cuentos me hizo mientras empinaba el codo sabroso y miraba con los ojos agrandados a las muchachas. Nunca olvidó su origen arrabalero; buen amigo, servicial, jamás vanidoso y cantaba como nadie. Todavía es el mejor: Gardel es el tango. Después, me visitó en Nueva York y yo puse la fiesta. La corrimos en grande. Su muerte no la comprendo aún; me golpeó muy duro... Dale, vamos a venderle a la tristeza.

- De acuerdo, ¿cuáles fueron sus momentos cumbres en el deporte?

- Prefiero tres: mi victoria sobre Al Singer en Polo Grounds: mi debut en el Garden frente a Scalfaro: y cuando logré el primer título mundial de boxeo para Cuba al derrotar por nocaut a Benny Bass, en Filadelfia.

- ¿Y su primer encuentro en Nueva York?

- Fue emocionante, lindo, pero no grande: empezaba. El ring estaba enclavado en el campamento militar de Mitchefields. Pincho y yo éramos los únicos cubanos. El rival me sacaba más de diez libras. La gente gritaba para que Eddy Enos acabara conmigo rápido; así vendría enseguida el combate estelar. Subo, muevo la cabeza y los hombros, lanzo golpes al aire, bailo, saludo.

La trusa y la bata flamantes; las zapatillas lustrosas. Cual mar que se despereza, el público ruge: aplausos, silbidos, gritos.

- Me asusté un poco y le dije a Pincho: Me has embarcado, estamos en un campamento militar, el contrario es blanco y americano. A lo mejor, no salimos vivos de esta.

Pincho alegra la boca y la tranquilidad regresa gracias a las frases del second Moe Fleischer; estaría en la esquina del Kid en la mayoría de los pleitos importantes.

- No te preocupes, boy. Los silbidos acá no significan repudio: les caes bien. Si oyes un gran ¡buhhh!, sí hay que temer.

Desde el inicio, el foráneo demostró superioridad: dio, esquivó, brindó recital.

- Así, cubanito, así se boxea...

Oye esa voz alentadora en varias ocasiones. Pregunta al manager, a Fleischer; no saben tampoco quién es. En el segundo episodio, más suelto el artista: mantiene a pupilo el jab en el rostro de Enos, mientras con side steps burla al oponente, lo desciende al ridículo.

- Arriba, cubanito, así se hace; eso es arte, cubanito...

Esa voz quién es, será de los Alacranes del Cerro, se habrá colado, imposible, cómo, con qué, bueno quien quiera que seas ahora te dedico a Enos...

Bombardeo sobre la anatomía del estadounidense. El árbitro decide detener las hostilidades: hay un solo púgil entre las cuerdas, el visitante. Chocolate entra por la puerta del KO técnico en Nueva York.

- Fui yo quien ahorró tiempo para que llegara el estelar, aquel primero de agosto de 1928, ¿qué les parece? Al día siguiente, me enteré, por el periódico, de quién era la voz que me apoyara.

Noticia desplegada con cintillo y todo: De retorno a México, en vuelo desde la base de Mitchefields a la capital azteca, murió en trágico accidente el capitán de la aviación mexicana Emilio Carranza.

Por allá abajo, en una de las páginas deportivas, caricatura del vencedor y en letras pequeñas: De Cuba llegó una nube negra. Se llama Kid Chocolate. ¡Cuidado!
Por el combate con Enos ganó 40 pesos el triunfador. Un año y 28 días después, obtendría 50 000 dólares por su bout con Al Singer; implantaron récord de público y recaudación para pesos pequeños. Venció el de la mayor de las Antillas por decisión en doce.

- ¿Quién le pegó más duro?

- Benny Bass, Canzoneri y Jack Kid Berg. Sus golpes eran ladrillazos. Bass me dio una derecha por el pecho que me duele todavía cuando hace frío.

-¿Y Scalfaro..?

- No pegaba tan fuerte como los otros.

- Lo tiró...

- Me agarró sorprendido.

Noviembre 30 de 1928. Chocolate contra Joe Scalfaro. 19 000 fanáticos. El cubano favorito 4 a 1 en las apuestas. Con el norteamericano, la mayor experiencia. Con el visitante, el ímpetu juvenil y la técnica superior.

Aquí en el Garden de estelarista, mi madre qué dirán en la Habana mis ambias si me vieran estuvieran contentos, me conformaba con un puestecito y mirar desde allí las peleas, estoy de estelarista, la campana Pincho me dice algo me tengo que virar...

Scalfaro no pierde tiempo: fiera sobre el oponente. Derecha al mentón. Cae el atacado. Uno, dos, tres... Se levanta tambaleando antes del número fatídico. El veterano trata de rematar. Chócolo no lo permite: busca, prolonga el abrazo, bloquea derechas e izquierdas, coloca las suyas de vez en cuando. El gong. Al descanso.

En la esquina trabajan duro con Chocolate. Pincho se muerde los labios hasta sacarles sangre. Tú eres el mejor, no pierdas la cabeza. No te fajes con él, desde lejos. Jab, mucho jab, cruza con la derecha...

Dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete capítulos de los diez programados. El cubano levanta, sin brillar como en otras oportunidades: se ha repuesto del mal inicio, mas le falta creatividad. En la esquina, masajes, agua, esponja, consejos. El Kid entorna los ojos como si las luces le molestaran:

- Pincho, ¿cuándo empieza la pelea?

Las palabrotas del aludido desean romper mucho más allá de las ventanas. Su atleta ha podido combatir inconsciente siete asaltos debido al instinto del boxeador.

- Te tumbó y ya estás bien. Pelea como tú sabes y el combate es tuyo.

- ¡Me tumbó, Pincho, me tumbó..! No puede ser, no ha nacido nadie...

Convierte la terraza de su casa en cuadrilátero por algunos minutos y aun tira sus golpes y esquiva sentado en su silla acostumbrada.

- Yo creía que nadie me podía tumbar. Cosas de juventud. Uno se piensa invencible. Le fui pa’rriba con todo lo que tenía y sabía. Los jueces determinaron tablas. Cuando salí de la instalación, algo triste, volví a decirle a Pincho: “No, no puede haberme tumbado.” Me compró un periódico nocturno para convencerme. Allí yo estaba tirado y Scalfaro cerca, en una fotografía. “¡Me tumbó, me tumbó..!” grité y puse cara de bobo tan bobo que Pincho me abrazó y me dijo: ¿Cómo te vas a poner triste? Te graduaste, ahora sí eres boxeador. Te has sabido levantar, has sabido pelear desde abajo y en tu debut en el Garden. Tenía razón como en la mayoría de los casos.

- ¿El más técnico al que se enfrentó?

- Fidel la Barba. Se viraba a las dos manos, todo lo hacía bien, era valiente y asimilador. Nos enfrentamos dos veces: gané dos y él una.

- La Barba fue campeón olímpico en 1924. En 1928 usted tenía 18 años, ¿le hubiera gustado participar en los Juegos de Ámsterdam?

- Ya lo creo. ¡Ser campeón olímpico..! Lindo. Mi época no me permitía soñar siquiera con la Olimpiada. Desde chiquito tuve que inventar para comer y con hambre no se puede estar buscando glorias olímpicas. En Cuba casi no se daba atención al deporte amateur, ni a nada, ¿cómo iban a ocuparse de mí, un negrito nacido en un solar del Cerro? Eran cinco hermanos...

- Dos hermanas sirvientas, la vieja fajada en la batea con bultos de ropa más grandes que la Sierra Maestra. Al viejo lo perdí cuando apenas yo decía papá; los pulmones, ¿saben? En cuanto levanté algo más de un metro del suelo, quise sacar a la familia de la miseria. Ni pensar en la escuela; la dejé en primaria para luchar en la calle por la papa mía y de la casa. Vendí periódicos, limpié zapatos, de todo un poco. Le puse los ojos encima al boxeo: yo anunciaba los rounds subido en el ring de la Arena Colón con el cartelito con el número arriba de mi cabeza. Mi hermano Domingo había probado en el boxeo ya; fue el primer Kid Chocolate; lo imité, le tumbé el nombre y adopté el estilo de los buenos peleadores que venían a Cuba, le agregué lo mío y me salió bien.

Traen varias jarras de cerveza y se da un trago largo:

- Con el ron ya no puedo; dice el médico que me noquea y pa’ siempre. Tengo que pelear con la cerva.

Se ríe de su propio chiste antes de soltar:

- Ahora sí los deportistas cubanos lo tienen todo. Los boxeadores estudian, ¡estudian! Nunca lo hubiera creído.

- ¿Qué opina de nuestro boxeo actual?

- Es el mejor del mundo en el límite del amateurismo. A mí, que peleaba 10 y 15 rounds, me aburre en algunos momentos. Comprendo que es más humano, más limpio y se cuida al hombre. Son dos deportes diferentes. Aunque siempre es duro: allá arriba no dan con merengue.

Se incorpora algo en el asiento, lanza jab y upper, esquiva...

- Si organizaran torneos mundiales de boxeo sentado, yo sería el campeón.

Mueve la cabeza y el tronco con rapidez y ritmo, Se calma y opina:

- Pienso que nuestros muchachos pelean muy parados, se quitan pocos golpes, no se desplazan hacia los lados y copian del mal boxeo europeo. Digo del malo porque Europa ha tenido muy buenos boxeadores. Se pega demasiado arriba y olvidan que por abajo se ablanda al más fuerte. Algunos árbitros se apuran en romper el cuerpo a cuerpo. Allí se debe pelear más y mejor. Los más técnicos se retiraron: Rolando Garbey y Enrique Regüeiferos. El segundo manejaba muy bien el hook de izquierda. No hay otro como el suyo en el boxeo cubano de ahora.

- ¿Son los que más le impresionaron?

- De estos tiempos, quien más me impresionó fue Douglas Rodríguez.

- No era técnico...

- Cierto, pero aprovechaba más que ninguno las oportunidades. Era agresivo y eso es importantísimo: sabía que su negocio era pegar y salía a hacerlo sin dar respiro, buscaba los puntos débiles, se metía en la guardia ajena, trataba de colocar los golpes donde más daño hicieran. Jamás intentó boxear; iba a lo suyo y mantenía ocupado al contrincante, sin dejarle realizar el plan de pelea trazado.

- Usted nos dijo...

- Sí, ya sé: el boxeo es dar y que no te den. Eso no indica que esté en contra de los fajadores. Estoy en contra de los que cogen para dar, de los que para conectar olvidan la defensa. Siempre hay que arriesgar, eso no significa regalarse. Quien dependa de un solo golpe, si tiene ante sí a un hombre con buena defensa, está frito. Por mucho que usted pegue, debe llevar su plan de pelea, tener repertorio, saber combinar, trabajar arriba y abajo, según el momento y los adversarios. Esperen, estamos hablando solo de boxeo...

- Vale la pena, campeón...

- Sí, es un tesoro que ha crecido; pero Cuba ya no es únicamente pelota y boxeo en el deporte. Tenemos de todo, estamos entre los primeros países del mundo, la mujer se ha incorporado... El desarrollo del deporte cubano es un hook al hígado. (Tira el golpe).

- De esos que usted propinaba en sus buenos tiempos.

- ¡Muchachos..!, con ese hook gané mis primeras ocho peleas en Estados Unidos y cuando los contrarios se percataron de sus estragos, se cuidaron mucho de él y... me daban entrada para otros tipos de puñetazos. Empleé el hook para contragolpear y para iniciar ataques también, preferentemente al hígado.

- ¿Sintió odio por algún adversario?

- Nunca. Ni allá arriba ni abajo. En cierta ocasión, les presto el carro a unos amigos en Estados Unidos y quien les dice que se van por ahí, chocan, se vuelcan y la muerte carga con el grupo. El carro, casi de paquete, lo desbarataron y no sirvió pa’ más na’. Alguien me dijo: “Chócolo, te fastidiaron el auto esos tipos. Aunque están muertos no los puedes perdonar, debes odiarlos. Mira que joderte el carro...”

“Le respondí: No seas bestia. Un automóvil es un pedazo de metal que camina. Me compro otro o voy en tranvía. Ellos eran mis amigos y valen más que todos los autos del mundo. A ellos sí no les puedo devolver la vida. ¿Dónde se las compro, dime..?

- Por los amigos... (Apura el resto de la bebida) La vida y la amistad valen más que todas las riquezas y comodidades, periodistas. Hay amigos de ocasión y amigos de verdad; he conocido de los dos tipos. De niño tuve buenos amigos: Filomeno, Chorizo... Con ellos jugué hand ball y pelota. De Hombre, Pincho, Luis Piñero, Black Bill… Y fíjate, a los tipos más duros que enfrenté en el ring nunca los odié ni me odiaron: fueron mis amigos en la calle, amigos de verdad: Tony Canzoneri y Jack Kid Berg. Por cierto...

Deja la conversación trunca porque inicia la lid con otra jarra de cerveza. Señala a una figura imaginaria en el horizonte, luego:
- Canzoneri, Canzoneri... La vida, la vida... Aquel de perro de presa con el que me fajé dos veces y me ganó las dos, aunque creo, honestamente, que la primera se la regalaron los jueces. Bueno, ese Canzoneri era un tipo sabroso. Me acuerdo que estábamos retirados los dos y como él cantaba bonito, una voz pequeña, dulce, melodiosa, trabajaba en un cabaret neoyorquino y lo fui a ver. Estaba casado con una bailarina del show. Tremenda trigueña, busto, caderas y piernas de portada de revista con colores. Me agradó aquel romance. Regreso a La Habana con la comitiva de Kid Gavilán, aquel excelente boxeador pero tan pesado como un raíl de línea que por algo terminó como terminó: de espaldas a sus amigos, de espaldas a su pueblo.

Otro trago:

- Regreso y a los pocos meses, me entero del problema de Canzoneri, La mujer lo dejó. Mira que él le rogó, le lloró, dicen que hasta le llevó serenatas con violines y trompetas: ¡a su esposa, bajo la nieve en aquel palacio de hierro que es Nueva York! Y na’: ella estaba hecha de roca y no de amor. Tony se tiró a morir: un suicidio lento. Se negó a comer y se nos fue destruido aquel hombre que yo conocí, aquel boxeador tan duro, implacable sobre el cuadrilátero. Sentí una pena aquí (se toca el pecho); lo estimaba, valía. Ya tú ves, un tipo duro y el amor lo noqueó.

(Buscamos y la historia no se pudo confirmar. Tal vez, es otro el atleta y Chócolo se confundió. No obstante, ese púgil que murió de amor es una narración impactante; quizás, surgida de la imaginación febril del astro, incrementada por las frías: iba por la tercera jarra. No por gusto, en un encuentro con Nicolás Guillén en la sede principal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Poeta Nacional lo calificó de cuentero maravilloso o de inventor de maravillas).

- ¿El boxeador más grande que conoció?

- Joe Louis: no hacía nada en falso. Claro que hubo muchas estrellas: Benny Leonard, por ejemplo, era buenísimo, pero lo vi en los finales. Dempsey era un huracán. ¡Qué salvaje! ¡Qué hombre más terrible!
¿Y de los cubanos?

- Black Bill, Kid Charol y Kid Tunero.

- ¿Cómo se clasifica usted?

- No soy quien debo hacerlo.

- ¿El peor defecto de un ser humano?

- La pedantería. Tampoco soporto a los engreídos. Conmigo no tienen cabida.

- ¿La mayor virtud?

- La sinceridad, Un amigo sincero no tiene precio, a veces es más que un familiar. Para mí lo fue Pincho; ese blanco fue mi sangre, mi hermano, mi padre. Nunca tuvimos un contrato firmado: no hacía falta.
Era un hombre entero. Hubo tempestades entre los dos; siempre nos hermanamos. En la calle era más boxeador que yo, no pasaba una.

Montón de veces tuve que separarlo en broncas, hasta con magnates y bandidos. No le tenía miedo a nadie. Después de mi pelea con Jerome, en diciembre de 1938, me llamó y me hizo retirar. Me dijo tanta verdad: yo no era el mismo, pelear iba contra mi salud y mi moral de atleta. Yo sabía que estaba acabado desde que Canzoneri me noqueó en dos.

- ¿Por qué no se retiró ahí mismo?

- Porque era lo que aprendí: a boxear. Tenía que vivir de mi profesión. Aparte, es fácil comprender que uno va hacia abajo: lo difícil es decir adiós. ¡Eso es duro, compadre! Es como abandonar el amor estando enamorado.

- ¿Alejandro Lugo fue como un hijo para usted?

- Cierto. Buen boxeadorcito, quiero que lo sepan. Actuaba con su nombre verdadero: Alejandro Cordo. Se hizo actor y es de los buenos. Nos queremos mucho.

-¿Es Chocolate un hombre joven a los 69 años de edad?

- Si amar la vida, apreciar lo bello de ella, es ser joven, lo soy todavía. Así seré hasta el final, se los advierto.

Nueve años después, el 8 de agosto de 1988, Kid Chocolate moría.

Alejandro Lugo (fallecería unos cuantos años más tarde) tuvo a su cargo el discurso de despedida en el Cementerio de Colón:

- En el Cerro nació un príncipe negro y debido a su calidad deportiva y a sus condiciones humanas, se convirtió en un rey negro que paseó su gloria por el mundo...

Para un cuadro: Eligio Sardiñas Montalvo, Kid Chocolate, (Ciudad de La Habana, octubre 28 de 1910-Ciudad de La Habana, agosto 8 de 1988) fue el primer boxeador cubano en conquistar un título del planeta al anestesiar en 7 episodios a Benny Bass en Filadelfia, cetro ligero junior en juego, el quince de julio de 1931. Al siguiente año, el trece de octubre, ganó la corona mundial featherweight (versión del estado de Nueva York) cuando superó, en el Madison Square Garden, a Lew Feldman por fuera de combate en el duodécimo round.
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