Una deuda imposible de pagar.

En una sociedad como la nuestra, carcomida por los antivalores, la envidia y corrupción, es hora de hacer un alto en el camino y al menos por hoy, tomar el ejemplo de una persona que fue tan formidable, que entregó su vida por el prójimo. Si tan solo nos tomáramos el tiempo de leer sobre lo grande que fue como persona Roberto Clemente, sin duda alguna tomaríamos conciencia de lo gigantescos que pueden llegar a ser los granos de arena y, seguramente emprenderíamos el enderezamiento de esta Nicaragua tan maltratada por quienes dicen amarla.

La desgracia ocurrió un día como hoy hace 38 años. Roberto, posiblemente en el hecho mas humano que hiciera cualquier deportista en la historia de Nicaragua, en una muestra inmensa de amor al prójimo, decidió no pasar el último día de 1972 con su familia y se enrumbó hacia Nicaragua con ayuda para los damnificados del terremoto que desoló a este país el 23 de Diciembre de ese mismo año y del que hasta hoy no ha podido levantarse.

Debido a las quejas de que la guardia nacional de Nicaragua se estaba dejando la ayuda que llegaba para los damnificados, Clemente decidió viajar personalmente y entregar la ayuda en las manos de quienes realmente la necesitaban, pero el destino tuvo otros planes para él, el viaje que estaba previsto para el 30 de Diciembre, por designios del destino se pospuso hasta el día siguiente. Poco después de las 9 de la noche inició una travesía que nunca terminó, su avión despegó, se elevó y cayó. Esa noche, última del año, los acostumbrados juegos artificiales que tradicionalmente iluminaban Boca de Cangrejos, fueron cambiados por luces de bengala en busca del avión y sus tripulantes sin resultados positivos.

El primer día de 1973 en Nicaragua llegó con asombro, lágrimas y desconsuelo. Y a partir de la muerte de Roberto, en este país se le dio un toque de inmortalidad y se edificó la imagen de ídolo del astro puertorriqueño, la deuda de los nicaragüenses es tan grande hacia Clemente que ni toda la eternidad bastaría para pagársela; y el lazo que creó Clemente entre Nicaragua y Puerto Rico es tan fuerte, que desde cualquier rincón de este país se manifiesta en cualquier oportunidad por lo que significó tan admirable gesto.

Sus 18 años en Grandes Ligas (1995-1972), él jugó sólo con los Piratas de Pittsburgh. El jardinero fijo allí el mejor promedio de bateo de la Liga Nacional en 1961, que fue el primero de sus cuatro títulos en esa división. Fue elegido 12 veces “Guante de Oro” y otras 12 para el juego de estrellas, fue el primer latino en ingresar al salón de la fama y su numero (21) fue retirado para que nadie mas pueda usarlo.

Pero, por más impresionantes que sean sus cifras, su humanismo, su don de gente y ese gran gesto por un país al que quizo tanto como el suyo, lo hacen un inmortal y un ídolo, aquí en Nicaragua se le quiere eternamente y se agradece tan admirable gesto que le costó la vida.

Todas las generaciones estamos en la obligación de recordar y agradecer a Clemente y a todo Puerto Rico, tomar su ejemplo para ser mejores personas y de esta manera tratar de enderezar el rumbo de esta sociedad tan egoísta y este mundo tan viciado en el que vivimos.

El ejemplo de Roberto Clemente debería ser parte obligatoria de cualquier libro de historia y educación cívica utilizado en cualquier escuela del mundo para fomentar los valores, Nicaragua entera lo llora después de 38 años y lo seguirá haciendo, teniendo muy presente siempre, que todos los hijos de esta tierra tendremos una deuda con él, que será imposible de pagar.