Rigondeaux ganó como quiso.

Amigos míos, vengan y siéntense a mi orilla ¿Escuchan algún quejido? ¿Algún gemido? ¿No? Sencillo, los muertos no hacen ruido. El sábado 13 de abril, subido en el ring que se erigió en el Radio City Music Hall de Nueva York, el filipino Nonito Donaire se dio cuenta, frente al cubano Guillermo Rigondeaux, que el boxeo es un arte más difícil que la poesía, la pintura, la escultura o la música. No hay alguien moviéndole el lienzo a Picasso, o tratando de desviar el cincel de Rodin, o pretendiendo arruinar la próxima nota de Beethoven, o tratando de cortarle la inspiración a Rubén. En el boxeo, como en el toreo, el problema a resolver lo tienes enfrente, resoplando, golpeando y esquivando. Nunca estás solo y no necesitas un espejo para comprobarlo.

Frente a la rapidez, destreza y puntería de Guillermo, Nonito Donaire sintió que estaba peleando contra un fantasma, recibiendo golpes relampagueantes desde diferentes direcciones y con ángulos imprevisibles. El ring era lo suficientemente grande para el movimiento permanente y difícil de descifrar del cubano, que establecía la distancia apropiada con autoridad y de pronto le cambiaba el juego de imágenes como producto de un truco de espejos. Donaire estaba frustrado.

Cada round que pasaba era una copia del anterior, Donaire quería golpear a Rigo, pero ¿cómo hacerlo si no lo encontraba? Era la pregunta rasca-cabeza que se hacía el filipino al llegar a su esquina. Robert García tampoco tenía la respuesta; se sentían mutilados frente al cubano y centraron sus posibilidades en acertar un impacto de nocaut para resolver el crucigrama Rigondeaux.

Fue hasta el round décimo que Donaire pudo encontrar el golpe que se acercó a lo que tanto andaba buscando para definir la pelea; luego de un clinch, al momento de separarse, Rigondeaux bajó los brazos y en ese momento Nonito conectó una izquierda corta, pero lo suficientemente potente para poner de espaldas a la lona al cubano. Rigondeaux se levantó sin dar señas de aturdimiento y siguió boxeando sin cambiar su libreto. Fue la única vez que Nonito pudo conectar sólidamente al cubano.

Superado en el round once, la derecha de Nonito quedó muerta en el doce, apaleado en ese round la agonía flota, Nonito utiliza su derecha para cubrirse el ojo terriblemente lastimado, se percibe la llegada del mensajero de la muerte. Guillermo se burla, se le para en frente y lo ataca sin cambiar su libreto. De una sola cara el round y Nonito prefiere sobrevivir.

Superado en todos los terrenos frente al torero cubano, Donaire se sintió de pronto como de 90 años en su mala hora, con los huesos húmedos y el cerebro tieso, diría Gabo. Por un momento que pareció una eternidad, Nonito se quedó mirando al suelo buscando explicaciones, impactado y asombrado por lo ocurrido. Tenía la cara de un muerto.